Normalidad cervecera...

Hace ya más de un año que visité Ontario y Québec en mi viaje de verano por la zona este de Canadá. Una aventura turística que, como ya comenté en los varios posts de la serie que dediqué a dicha expedición, no tenía ningún tipo de intención cervecera. No obstante, hubo muchas experiencias relacionadas con la cerveza, principalmente en el contexto de los brewpubs que, por lo general, nos encontramos de manera casi accidental en nuestro camino.

De estas experiencias, me quedó una sensación generalizada que no pude recoger en ninguno de los artículos que escribí repasando el viaje. El hecho es que mientras yo me volvía loco cada vez que veía un nuevo local que visitar, la gente que entraba, o que salía, o que ya estaba tomando algo dentro parecía vivirlo (y lo vivía) con una normalidad aplastante. ¿Por qué, a diferencia de lo que veo en Barcelona, un país sin una gran tradición cervecera como Canadá vive la cerveza de esta manera?

Antes de la romanización de la Península Ibérica, con la que se introdujeron los fermentados de uva, parece que nuestros ancestros íberos bebían esa primitiva cerveza a la que llamaban caelia. Contrariamente, no es hasta el siglo diecisiete que aparecen las primeras cervezas en Canadá, fruto de la introducción por parte de los colonos europeos, que encontraron en las norteñas tierras ultramarinas un clima ideal para la producción de la bebida. Entre la primera cervecera aparecida en 1668 y el inicio de la Ley Seca (a nivel nacional en 1918, aunque depende de cada provincia), los nombres propios más conocidos de la industria cervecera canadiense empezaron su actividad (Molson, Keith, Carling, Labatt, Moosehead, O'Keefe). Después de la Prohibition, que a mediados de los años 20 del siglo XX ya casi estaba levantada en la mayoría de territorios, y que fue bastante menos duradera que en EEUU, la mayoría de empresas cerveceras desaparecieron, y en los años consiguientes se concentró mucho la industria, que a mediados de siglo ya estaba mayoritariamente dominada por las marcas Labatt, Carling-O'Keefe y Molson. (Si os interesan algunos detalles adicionales de historia cervecera canadiense, en este otro post hablé de otros aspectos interesantes). Hasta aquí, a pesar de que la variedad de estilos era mayor, poco a envidiar respecto a lo nuestro.

El hecho es que dentro de este contexto, cerrando ya el paréntesis de realidad cervecera canadiense, como comentaba en el segundo párrafo, sin tratarse de un país de histórica tradición cervecera como pueda ser Alemania, la gente consume la bebida más popular del país desde la naturalidad y, casi, inadvertencia más absolutas: no presencié ni el más mínimo rastro de esnobismo; no vi una sola libreta, ni móvil, ni expresión exagerada de demostración de placer; la gente sólo estaba preocupada de beber y disfrutar su tiempo en compañía de otras personas.

En este sentido, y con clara relación al post que dediqué al Beerhunterismo, la cerveza cumplía con su labor social y vehicular, siendo parte esencial del escenario de cada brewpub visitado, pero sin ser nunca protagonista: tal como un simple posavasos, que sólo espera ser útil para satisfacer la utilidad para la que fue pensado. Quizás una posible causa es que los antepasados de los ciudadanos canadienses provienen, en su mayoría, de países europeos donde sí había una tradición cervecera arraigada (de ahí que contaran con mayor variedad de cervezas), y simplemente sus tradiciones les llevan a beber la cerveza desde la normalidad, cada uno buscando sus estilos favoritos.

Otra opción que veo válida para argumentarlo especula menos sobre los ritos y usos sociales de una cultura que, si bien descubrí ligeramente, poco conozco: la cerveza era simplemente normal*. Por lo general, ninguna cerveza estaba alineada con esa etiqueta de "craft", que parece que marque las cervezas que están pensadas para llamar la atención; tampoco eran ni artesanas, ni premium, ni de autor. La gente escogía los locales y sus cervezas porque les acompañaban bien el momento, la comida o la compañía. Puede que haya mucha parte cultural en todo eso, pero esa sencillez a la hora de beber cerveza me resultaba tremendamente atractiva.

Curioso o no, en Dieu du Ciel!, el local más trendy y craft friendly que visité, todas las cervezas (muy ricas, nada que objetar) tenían un toque -o dos- de extravagancia; y fue donde el ambiente resultó, de lejos, el menos agradable. Con ésto no me gustaría dar por hecho probado que este tipo de locales sean desagradables, o inviten a que el ambiente sea malo; pero en mi experiencia sí que son sitios donde no se bebe cerveza desde esa confortable tranquilidad, algo que una persona de talante contemplativo como el que escribe, más amante de una buena charla que de llegar a casa con los tímpanos ebrios de tantos vatios de potencia sonora, agradece entusiastamente.

Me gustó ver que la gente pedía su cerveza en función de sus gustos y no de las modas; o, peor, por valores añadidos ficticios. En este último sentido, como no voy a conseguir ser más claro que Susana Giner en este post, os remito a él. Y es que sí: la moda de la cerveza ha hecho que todo crezca a un ritmo vertiginoso, y seguro que todos estamos contentos de que tengamos tantas cervezas distintas y tantas posibilidades a nuestro alcance. Pero a parte de la satisfacción que nos da ver que nuestro hijo crece, tenemos que preocuparnos también de cómo se desarrolla.

Estamos lejos de un escenario en que la cerveza se convierta en algo totalmente común. Por ahora, la demanda exige grandes desembarcos, cervezas estrella (y Estrella, no nos olvidemos) y fricadas por doquier: anestesia bucal a base de lúpulos, cervezas con plumas de fénix fermentadas en estaciones especiales y cualquier otra cosa llamativa, para las que se pagan y se seguirán pagando cantidades ingentes.

Mientras, nos olvidamos de una serie de cervezas que están pensadas para beber, sesionar y, sencillamente, olvidarse de que estamos bebiendo cerveza; que al final es casi lo de menos. Si dejáramos de prestar tanta atención a la cerveza, posiblemente conseguiríamos normalizar su presencia en los contextos y actividades más cotidianas (véase, por ejemplo, la tarea que en este sentido empezó recientemente el BirraSo respecto a los conciertos de música). Eso de ser un beer geek puede resultar gracioso, pero si lo que queremos es crecer debemos dejar de alejarnos de la gente de a pie, que en nuestro país lo que quieren, por ahora, es una mediana ben fresquita para acompañar las bravas.

Puede que cueste imaginar que algún día lleguemos al estadio en que se encuentran los canadienses respecto a la cerveza en cuanto a variedad y naturalidad en su consumo; quizás tampoco sea el escenario ideal, y sea conveniente buscar un punto intermedio, no lo niego; pero que bien sentaría un poco de normalidad cervecera.

Salut i birra!


* Y por normal entiendo reproducciones bastante fieles a estilos más o menos aceptados como tales, sin buscar más que una simple receta bien pensada y ejecutada; nunca queriendo destacar por originalidad, estridencias o florituras que en tantas ocasiones resultan innecesarias. En fin, como en la mayoría de brewpubs que encontré en el viaje; o, trasladándolo nominalmente a nuestro panorama, como tan bien hacen Roger y Oriol en La Microcervesera de Sabadell.

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