Cerveza en Canadá (XI) - Dieu du Ciel!

Y después del viaje en el tiempo del anterior post, toca finiquitar la serie de Cerveza en Canadá con esta undécima y última entrada. Si hacemos memoria, habíamos llegado ya a la última parada del viaje, donde por casualidad nos encontramos con un buen brewpub de la cadena Les 3 Brasseurs.

En esta ocasión, no hubo sorpresas; íbamos a lo que íbamos. Aunque no me canse de repetir de que el viaje al país con más de la mitad de los lagos del mundo no tenía ninguna intención cervecera, sí que habíamos puesto una chincheta en el mapa callejero de Montréal, en el 29 de la Avenue Laurier (Ouest), a fin de culminar la experiencia de manera óptima: entre cervecitas.

El penúltimo día entero en la provincia de Québec lo pasamos, como de costumbre, andando a toda pastilla para poder visitar todo lo que queríamos. Básicamente nos dimos un buen paseo por el Parc National du Mont Tremblant, haciendo un par de excursiones y terminando en la bonita villa que lleva el mismo nombre. Después de un día de disfrute en un entorno natural de excepción, volvimos a la isla de Montréal para finiquitar la parte cervecera del viaje a lo grande.

Salimos del metro y empezamos a andar por un barrio en el que se intuía podía haber cierta marcha, con esporádicos grupos de jóvenes vestidos para darlo todo. Aún así, los varios bares y restaurantes que nos encontrábamos estaban casi vacíos. Según el mapa, nos faltaban dos esquinas para plantarnos a destinación, y empezamos a intuir dónde se congregaba la gente que no se encontraba en los otros locales.


Dieu du Ciel!:

Me gustaría empezar con una descripción de emociones y felicidad, elogios superlativos y confirmando aquel dicho de que cuando más se espera una cosa, más se disfruta. Pues no. La verdad es que, una vez llegados a Dieu du Ciel!, llegamos a dudar de quedarnos a cenar allí; incluso de tomar una sola cervecita. Sin embargo, pesó el hecho de que nos habíamos desplazado de manera expresa hasta allí a la hora de esperar cinco minutos a encontrar un hueco y sentarnos dentro del local (en la terracita, la cola para sentarse podía superar los 45 minutos, sin gestión de turnos).

¿Y por qué tanto problema? Pues el hecho es que el local no invitaba a entrar: el ruido de dentro ya era molesto desde fuera; las mesas estaban bastante desordenadas, con poco espacio para sentarse; no es que hubiera gente, es que no cabía un alfiler. Como es de suponer, además, entre tanta multitud el ambiente estaba bastante cargado. Tuvimos, no obstante, la suerte de sentarnos cerquita de un ventanal, con buenas vistas a una pizarra donde se indicaba todo lo que había pinchado. Sin casi haber podido ver el local con tanto jaleo, le echamos un ojo a la carta de comida justo cuando vino el camarero.

La verdad es que con la emoción de probar in situ las cervezas de Dieu du Ciel contrastada con el alboroto que nos rodeaba no supe que pedir de entrada, y le conté nuestra historia al amable camarero ("venimos expresamente desde Barcelona", etc. etc.), que no perdía la sonrisa ante una noche de trabajo que debió ser infernal. Al pedirle que me hiciera un recorrido, me contó rápidamente en qué consistiría: 4 de "light" para empezar y 4 de "dark" para seguir. Para completarlo, al traerlas me dejó un papelito indicándome el orden en que él consideraba que debía tomarlas. Me gusta la gente que tiene ilusión por las cosas y que quiere su trabajo.

Lo que no me gusta en exceso, contrariamente, es la comida picante por el sólo hecho de ser picante. Es como aquellas IPAs que esconden algo debajo de la muy astringente carga de lúpulo: si te gusta el picante, bien; pero te cuestionas el por qué tantísimo. La pizza que pedimos estaba absurdamente cargada de especias (y no estaba anunciada como producto especialmente picante; había otros que sí), la cual cosa es un auténtico sinsentido en un sitio al que vas a tomar buena birra, ya que te mata el paladar. ¿Táctica para asegurarse la venta de dos pintas de cerveza-lupulazo por cada pizza pedida? Quizás, quizás.

Mrs. Birraire, que ya había entrado al pub a regañadientes, me trasladó su malestar de manera clara, aunque sin pronunciar una sola palabra. Comíamos en silencio (bueno, sería mucho más preciso "sin hablar") y por primera vez en todo el viaje me sentí mal por haber casi-exigido la visita a Dieu du Ciel. Todas las apuestas anteriores, incluso las improvisadas, habían salido bien; pero ésta no. Pensé que sería bueno darle algo de conversación (lo que nos permitiera el ruido) pero la verdad es que tampoco la expresión de su rostro parecía la de alguien con ganas de conversar. "Tu beu i fotem el camp d'una vegada" (tú bebe y nos piramos de una vez), fue de las pocas frases que me soltó. Pues a beber.

La primera manga consistió de las Solstice d'Eté aux Cerises (Berliner Weisse con cerezas), Rosée d'Hibiscus (Witbier con flor de hibisco), Rescousse (Altbier) y Saison St Louis. A cuál mejor, la verdad. La primera, para mí, superior a las demás: aroma suave, pero en boca se convertía en una cerveza de verano perfecta. Repasando mis notas, detecto que no la metí en los Premios Birraire 2012 por error. La Rosée, elegida también por Mrs. B, también perfecta para el calor: delicada, floral y afrutadita, con un trago espectacular. La Alt también rica, pero demasiado lupulada para mi gusto; y la St Louis una Saison simple pero eficaz.

A fin de poderlas evaluar, después del ataque directo a mi paladar causado por la comida, pedí que nos trajeran pan (que, por algún motivo que desconozco, decidieron tostarlo) y agua; no sin recibir una mirada de incredulidad por parte de la chica a quien le pedimos.

La segunda y última ronda, con la fase de descubrimiento de la cervecera ya superada y mis tímpanos y cabeza algo perjudicados, no me la tomé ni la mitad de a gusto. Aún así, tengo la sensació de que pude apreciar gran parte de la grandeza de lo que bebí: Corne du Diable (IPA), Dernière Volonté (Belgian IPA), Péché Mortel (Imperial Stout) y Route des Épices (Rye Ale especiada). Todas ellas espectaculares nuevamente: la IPA clásica, pero brillantemente elaborada. Excelente. La Dernière tuvo el problema de preceder a la Corne siendo, también, un lupulazo; pero sin embargo su caràcter meloso la hacía muy muy agradable. La Péché, en principio, era la reina de la corona: cojonuda, sin duda; simple y bien hecha, pero quizás falta de intensidad (que daño ha hecho De Molen a las otras IS). La "ruta de las especies" fue un punto y final original: es una cerveza top dentro de las especiadas que he probado, muy distinta, con un chili contundente pero bien integrado y notas de hierba aromática, pimienta, flores, pistacho, cereales, caramelo o leve fruta.

La experiencia, realmente, fue un contraste radical entre lo bueno y lo muy malo. Un buen camarero me había servido con gracia hasta 8 cervezas distintas, todas ellas de alto nivel; pero fueron mal casadas con una pizza regulera y, encima, ridículamente picante, y el hecho de estar en comunidad era un inconveniente en ese local que mostraba una nula capacidad para absorber el griterio propio de una noche animada.

"Hacía tiempo que no lo pasaba tan mal", exclamó Mrs. Birraire de camino al metro. Y yo la verdad es que también: después de esperar durante todo el viaje esta visita, y de conocer hasta nueve brewpubs que, en términos generales, nos habían encantado, Dieu du Ciel fue como un coitus interruptus en pleno orgasmo. Ver a mi mujer agobiada; estar, a su vez, agobiado yo, tener que esforzarme en beberme a gusto cervezas de primer nivel, y salir de un local cervecero cansado y con el pitido en las orejas como si saliera de una discoteca fue demasiado. Lo jodido es que veo fotos del local por internet y lo recuerdo igual: madera, un equipo de elaboración impoluto, mesas, pizarras... pero todo lo bonito que se ve quedó tintado por el ruido y el ambiente cargado, y no supimos disfrutarlo (si es que se podía).

Al pensar en el brewpub de Dieu du Ciel, a parte de "estruendo", me viene a la cabeza la expresión "morir de éxito". Desconozco si dentro de los cánones montrealenses es normal irse de birras y encontrarse este ambiente, pero la sensación es que deberían aprender a gestionar mejor sus espacios para que cada cliente pueda sentirse a gusto. Probablemente, abrirían dos o tres locales más y seguirían llenos hasta la bandera; pero el gusto del consumidor por sus buenas cervezas no puede convertirse en un inconveniente a la hora de tomarlas.

Con lo bien que habríamos estado fuera...

Y aunque una última parada en Les 3 Brasseurs habría sido un último capítulo mucho mejor, hasta aquí ha llegado la serie dedicada a los brewpubs que, en la mayoría de las casos, encontramos sobre la marcha en nuestro inolvidable viaje a Canadá. Llevábamos años esperando esta escapada (y ahorrando también), y todo salió genial, con la guinda puesta, en este caso, gracias al apartado cervecero.

Espero que hayáis disfrutado la serie. Salut i birra!


PD: si de algo me sirvió la visita fue para intuir por qué "Dieu du Ciel!" lleva exclamación.

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