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Mostrando entradas de agosto, 2015

La cerveza belga no es aburrida...

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Bélgica. Seguro que muchos de los que hoy amamos la cerveza por encima de la media empezamos a enamorarnos de esta bebida con esas primeras Cervezas de Abadía y Trapenses, que íbamos encontrando en supermercados y en algún bar que, por aquel entonces, nos emocionaba con su variada oferta de 15 referencias internacionales en botella.   De un tiempo para acá, no obstante, llegaron las microcerveceras locales, la influencia de las craft norteamericanas, las revoluciones, los punkies y la lamentable guerra de los IBUs, provocando todo ello una, en mi opinión, exagerada fijación con uno sólo de los cuatro ingredientes básicos de la cerveza. En círculos cerveceros, el lúpulo desbancaba por completo esas cervezas de perfil más dulzón que amargo y la complejidad que la levadura puede dar a ciertos tipos de cerveza. Por no hablar, naturalmente, de las cervezas de baja fermentación más suaves y sutiles.

Algo que celebrar...

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No había fecha, ni previsión a medio plazo. Si una cosa sí que había, era una evidente desavenencia sobre cuál era el mejor momento para ello. Fue en esa vida mía anterior, en Madrid, cuando con muy poca receptividad por mi parte se me planteó la posibilidad por primera vez. Y no obstante, ni corto ni perezoso, en la pequeña población de Saignelégier invoqué la celebración de esa misma futura ocurrencia para argumentar a Mrs. Birraire el hecho de hacerme con una botella de 1,5 litros. Surtió efecto: después de haber bebido tranquilamente algunas cervecitas en el pequeño bar de la propia microbrasserie suiza, salía cargado con una buena caja de BFMs, entre las que se encontraba esta elegante magnum de √225 Twin Porter. Pensé en si realmente sería bueno que pasara tanto tiempo desde su adquisición para tomarla, pero me propuse negociar una fecha alternativa con mi mujer. No podía esperarme al nacimiento de mi primer retoño.